viernes, 26 de febrero de 2016

Un gran invento poco valorado – Sergio Gaut vel Hartman


La virgen María se le apareció a la futura santa Bernadette Soubirous en Lourdes y le confió un mensaje trascendente. Bernadette le refirió las palabras de la virgen al párroco de Lourdes, el padre Peyramale, y este habló con el anciano obispo de Tarbes, quien luego de consultar con el Vaticano armó una comisión investigadora. Los hechos llegaron a conocimiento del papa, Pío IX, amigo dilecto del Señor. En sus plegarias, el Sumo Pontífice le confió a Jesucristo lo que la virgen le había dicho a Bernadette y el Salvador, inclinándose hacia su madre, comentó:
—¿Sabés una cosa, viejita?, acabás de inventar el teléfono descompuesto.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Ángeles y demonios Póstumos - Daniel Alcoba


Ocurrió en el siglo XVII/VIII: el cielo y el infierno cambiaron radicalmente a causa de la invasión de millones de ángeles y demonios de nuevo tipo: los Póstumos. Almas de muertos de todos los tiempos, que según explica Swedenborg (1688-1772) en miles de páginas escritas en latín, son los únicos ángeles y los únicos demonios que existen. Los otros no son más que invenciones, símbolos, imágenes literarias.
La ultratumba de Swedenborg es el Éter Prometido de los espiritistas, que además de comunicadores, son médicos, exorcistas y pastores de almas muertas que poseen y ejercen el libre albedrío.
Antes, Dios se aburrió de jugarse el universo a los dados. Y se pasó al pool con cuerpos celestes usando de troneras o bolsillos seis nuevos agujeros negros. Mientras los coros angélicos no dejaban de cantar Hosanna en las alturas; ni las jerarquías infernales paraban de urdir maldades contra los seres humanos.

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La calle Crisólogo Larralde - Abel Maas


—Buenas tardes, señor, disculpe la molestia, ¿conoce la calle Crisólogo Larralde?
—¿A qué altura va?
—A ninguna.
—¡Cómo a ninguna! Tiene que ir a alguna altura.
—¿Cómo que tengo? Quiero ir a la calle Crisólogo Larralde y le pregunto si la conoce, eso es todo.
—Claro que la conozco, pero me tiene que decir a qué altura va.
—¿Por qué? No conozco las alturas de esa calle; solo quiero ir a Crisólogo Larralde.
—Señor, según la altura que me diga, yo le digo qué camino agarrar.
—Del camino me ocupo yo, usted solo dígame dónde está la calle.
—Señor… ¿qué le pasa?
—Me pasa que quiero conocer la calle Crisólogo Larralde y usted no me dice donde queda…
—Pero ¿para qué quiere conocerla si no sabe a qué altura va?
—Quiero recorrerla, dejarme perder en ella…

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Amigos – Ada Inés Lerner


Esta mañana caminaba por la plaza, recorría sus veredas centrales cuando me crucé con un ser poco convencional. No me asusté. A mi edad he aprendido que son más peligrosos los “normales”. Los que compran una mascota de pura raza. Aquellos que detrás de un escritorio conspiran por una oficina más grande, por un cartelito en la puerta con su nombre en letras doradas. Temo a los que ambicionan una casa tan grande que no les alcanzaría el día para recorrerla. Un automóvil tan poderoso que difícilmente pueden controlarlo. 
El caminante de la plaza era un joven con una mochila de tela en un hombro y una guitarra en el estuche; sonreía a las mariposas, saludaba a los pájaros con su mismo canto y caminaba al compás del sol que ascendía en el cielo. Me saludó con cordialidad, como corresponde a los pares, y siguió caminando hasta que desapareció entre las flores. 
Estoy segura que podría ser mi amigo, uno más de mis amigos, de los que se abrazan con los álamos plateados o los aromos en flor, los que recorren el cielo en globo o los que juegan con los delfines. 
Yo podría regalarles mis mejores palabras y ellos sus melodiosas notas, sus sentimientos más caros o mis lágrimas azules. Todo eso que nadie podría comprar y nos sumaríamos a nuestros sueños para poder volar.

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Vendedor ambulante – Héctor Ranea


Era más falso que viento de televisión: nos quería vender un auto que, según él, había usado un tal Ñuton para descubrir la ley de la gravedad. Lo soplamos como dama que no come, por eso volvió a su pueblo con menos plumas que pollo parrillero. No quiso regresar al pueblo aunque su mujer lo arrempujaba porque, según decía, lo volveríamos a patear hasta sacárnoslo de encima (¡y cuánta razón tenía!) sin poder vendernos nada. Ella lo trató peor que a ladrón de huevos, así que volvió, trayendo almanaques con fechas cambiadas para que nadie cumpliera años. Tuvo éxito el cachafaz, más que una serpiente convenciendo a un sapo. Ahora somos todos más jóvenes que la mujer del vendedor ambulante y ella lo caga a palos porque no le dejó uno de esos benditos almanaques para ella.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

lunes, 22 de febrero de 2016

Acompañantes extraños - Héctor Ranea


Las grandes organizaciones internacionales están preparando el lanzamiento de una nueva ocupación: acompañantes de solipsistas. Desde luego, para poder ocupar los puestos tienen que ser personas convincentes y despiertas, con alta autoestima y condiciones de existencia mínima. Solipsistas, abstenerse.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Me gustan las palabras, pero... - Ana Caliyuri


Me gustan las palabras puras, las que sostienen humanamente un argumento, las que cargadas de significado me colman. Las que hechizan a la medida del interlocutor, las que son capaces de montarse sobre la imaginación. Me gustan las de doble o triple acepción, las homónimas, las homófonas, las de tinte sinónimo o antagónico. Me es fácil creerles; yo les creo en su postura aguda o grave y hasta puedo jugar con el lugar que ocupan. Solamente el ser humano es capaz de usarlas a la medida de sus límites: así es como desde tiempos inmemoriales es más fácil creerle a las palabras que a las personas.

Acerca de la autora:
Ana Caliyuri

Porque te quiero, amor - María Elena Lorenzin


Por la virgencita, no me pegues más, mi amor. Ya ni siquiera puedo salir a la calle de tantos cadenales. Que no me preocupe, dices, que tú me cuidas como una madre. Pero no entiendes amor que lo que yo necesito es otra cosa, que no me pegues más por el amor de Dios. Sí, ya sé que me quieres.

Acerca de la autora: 

Envidia – Lucila Adela Guzmán


Veo el incómodo caminar de los pájaros y dejo de tenerles envidia. Ellos hablan en sus poesías sobre nuestras manos y no pueden entender por qué Dios los hizo así, sin dedos oponibles. 
—¿Para qué volar si no se puede atrapar el viento? —dicen en sus trinos equivocados. Es cierto que yo tampoco puedo sostener en mi mano una ráfaga de aire, pero si me dieras a elegir entre mis manos y un par de alas, por supuesto no de las atrofiadas sino de aquellas que sirven para el vuelo, elegiría seguir pegada al suelo mirando el revolotear de mis dedos.
Veo el incómodo caminar de los pájaros y dejo de tenerles envidia, pero si alzo los ojos al cielo y me quedo prendida observando la maravilla de sus vuelos, pues simplemente, peco.

Acerca de la autora: 

Brotes verdes - José Vicente Ortuño


Llegué al final del túnel donde los políticos veían brotes verdes en la economía, pero estos brotaban de los montones de cadáveres de ciudadanos muertos de hambre y miseria. En el horizonte una multitud de banqueros, políticos y otros parásitos sociales celebraban una bacanal desenfrenada. Ebrios de dinero y poder, financistas y empresarios azotaban obreros y sodomizaban parados. Políticos desalmados arrojaban jubilados a un abismo sin fondo. Obispos pederastas violaban niños pobres alrededor del trono de un papa hipócrita. Un soberano inviolable e irresponsable, rodeado de familiares parásitos y cortesanos babeantes, reía mientras contaba sacos de dinero. Eran muchos. Demasiados.
Agarré con fuerza el hacha con las dos manos y avancé hacia ellos.

Acerca del autor:

jueves, 18 de febrero de 2016

Objetivo conseguido – Héctor Ranea


Consiguió la escalera para alzarse bien en el parque, junto al limonero. La calzó de modo de que no perdiera estabilidad cuando subiera. Colocó una piedra redonda, lúcida, pulida, calculando a ojo la posición. Subió por la escalera con solemnidad no exenta de vanidad por la gloria y el loor.
Una vez en la cumbre, miró qué ramas del árbol deberían ser recortadas para impedir que el árbol se hiciera inaccesible. Una vez que hizo en su mente el mapa del follaje, se dejó caer, blandamente, pero marró a la piedra.
Corrió el lugar de esta, luego de sopesarla bien y calcular algún parámetro que pudiere ocultase al primer análisis. Subió otra vez por la escala, escuchando con atención el ruido metálico de sus botines en cada escalón. Una vez arriba, repasó mentalmente el mapa de la fronda, verificó que las ramas a ser cortadas no arruinarían limones por venir y se dejó caer, tan blandamente como la primera vez pero volvió a fallar la piedra. Su cabeza quedó cerca, pero aún no pudo cumplir su objetivo.
La corrió calculando con más precisión, esta vez, no tanto dónde debía poner la piedra sino más bien donde debía ponerse en la escalera para lograr lo que quería. Entonces subió, calculó la velocidad de la brisa, el amable vuelo quejicoso de las palomas y recalculó la posición de cada rama superflua del limonero y esta vez se dejó caer con decisión.
Su cabeza dio contra la esfera de granito, pulida, lúcida, redonda, magnífica. Y la partió. Tomó los pedazos de la piedra y, ufano, siguió regando el limonero.

Acerca del autor:

Sobre gustos… - Fernando Andrés Puga


Me invitó a pasar. Me pidió que la esperara un momento en el living mientras preparaba algo para picar. En la biblioteca que cubría una de las paredes alcancé a leer algunos lomos: Sandor Marai, Philippe Claudel, Samanta Schweblin. Ricardo Piglia, Michel Houellebecq, Jhumpa Lahiri…
Mmm, pensé, parece que le interesa la literatura.
Me acerqué al ventanal que daba a un balcón donde lucían jazmines, algunos agapantos… Hasta identifiqué una orquídea enredada entre las ramas de un pequeño árbol..
Vaya, también ama las flores.
Al volver de la cocina se acercó al equipo de música y apretó play, mientras me tendía una copa.
Cuando empezaron los primeros acordes de “Déjame llorar”, supe que no sería la mujer de mi vida.

Acerca del autor:

A salvo - Ada Inés Lerner


Dicen que estoy loca. Puede ser.
He despertado de un profundo sueño y he descubierto que me han robado el amor; sí, mi amor y yo fuimos abducidos por el Rey Osiris que había construido una nave y nos llevó por las calles atestadas de hombres y mujeres; algunos hombres y mujeres se reían de mí aunque otras personas le temen a él, se llenan de espanto.
Y ese hombre, ese hombre al que amé, de pie en la puerta de su jaula, grita: “¡Miren! ¡Está loca!”.
Alzo la cabeza, y al no ver el sol mi alma desnuda desnuda de tantas heridas, se inflama y es así que me convierto en una loca.
No he podido recuperar libertad y seguridad en mis alas; la libertad de la soledad y la seguridad de ser inabordable. No estoy a salvo: no estoy a salvo del amor...

Acerca de la autora:
Ada Inés Lerner

Cubiertas - Javier López


Sé que difícilmente encontraré las palabras para decirle lo que siento. Aunque estoy seguro de que, por esa misma razón, estoy perdiendo una oportunidad única en mi vida.
Ella es suave, de piel finísima. Su tacto me pone nervioso y me excita, desde que estamos en íntimo, permanente contacto. Siento que mi piel es tosca, y que probablemente a ella no le resultarían cómodas mis caricias.
No sé, realmente, cómo el dueño de la casa decidió ponernos juntos en la misma estantería. Yo sólo soy un diccionario escolar, con cubierta de cartoné y escaso léxico. Ella, una bellísima enciclopedia de espléndida encuadernación, a la que no le falta una sola palabra.

Acerca del autor:

Persistencia retiniana - Abel Maas


Domingo. Pronto caerá la noche. Pronto me encerraré en el baño para lavarme los dientes pero antes, me quitaré la prótesis, que también cepillaré, sobre todo en su parte profunda, lugar donde se deposita el humus alimenticio de las últimas horas. Pero ya tengo turno para el implante, he ahorrado la enorme cantidad de dinero necesario para eso. Después haré la mueca frente al espejo para controlar el resultado de la higiene, tengo además, un aparato especial para afeitar los pelos sobrantes que asoman por mi nariz. Mientras hago esa tarea, registraré una vez más, el proceso por el cual, segundo a segundo, mis mofletes se derrumban, como el glaciar Perito Moreno, o cualquier otro accidente natural e irreversible,  haciendo más largas, más profundas,  más negras, mis dos líneas mercuriales.
El tiempo humilla y ultraja.
Después viajaré desde el baño al dormitorio, me quitaré la ropa, menos los calzoncillos —algún día seré mayor y tendré pijama—  me deslizaré por las frías sábanas y encenderé la radio que solo escucharé unos minutos. Enseguida sentiré que me duelen los pies, dolor al que ya estoy acostumbrado, pero es por el peso que deben soportar; estoy pesado, soy un peso pesado, como los boxeadores. Con dificultad, giraré 180 grados y engancharé el empeine de mis pies dolientes en el final del colchón y eso me aliviará.  Mi programa B, el de hoy, consistirá en mirar  la luz del velador con los ojos bien abiertos, durante treinta segundos, mover la cabeza para dibujar con el led y acumular material. Luego me apretaré fuertemente los ojos con el pulgar y el índice, fuerte hasta el dolor. Inmediatamente comenzarán a desfilar abejas de colores que entran y salen de escena, para dar lugar a unos gusanitos, y otros seres, todos vivos gracias a la persistencia retiniana, esa maravilla del cuerpo que hace posible, entre otras cosas, el cine. Finalizada la función, vendrá la cuenta regresiva para entrar en el sueño, y trataré, una vez más, de registrar el momento exacto en que me duermo, pero como siempre, será imposible.  Hace años que busco un aparato, un reloj con aguja intradérmica, tal vez, que me señale a la mañana siguiente, con una luz parpadeante, cual fue el punto de inflexión entre la vigilia y el sueño, en que instante se apoderó de mí la pequeña muerte de cada día.
Sefiní. No quiero mover ninguna parte de mi cuerpo, tal vez no pueda, la relajación también produce parálisis. El lado derecho de mi cara se apoya en la almohada, mis brazos cruzados rodean mi cabeza, finalmente, alguien tiene que ocuparse de estas cosas, tal vez ya está, se terminó y no avisan. Hace mucho que quiero saber cómo crecen las margaritas desde abajo.
Es una inquietud que tengo.

Acerca del autor:

domingo, 14 de febrero de 2016

La marca - Javier López


Tras veinte años, ya me había acostumbrado a verme aquella horrible cicatriz en el rostro, que ocupaba todo el lado derecho de mi cara. No recordaba de qué era aquella herida que me producía tal deformidad, pero ahí estaba, ahí había estado siempre.
Por eso fue una enorme sorpresa ver cómo desaparecía, el día que decidí limpiar el espejo.

Acerca del autor:

La cerradura – Héctor Ranea


—Y el bípedo me pudrió, che. Lo tuve que morder en el cuello. Dos o tres veces entre Luna y Luna me hacía pelota la tela. Con lo que me cuesta, pero no: el animal hijo de perra me pasaba la llave por la cerradura y rompía todo: la tela, el nido, las presas.
—¿Y te parece que era necesario? —le contestó la otra araña.
—Para mí, no había otro remedio. Contra mi naturaleza pacífica, pero no había otra cosa que hacer.
—¡Con razón la mujer del bípedo estaba tan extrañada!
—Sí; le extrañó que una araña tan pacífica hubiera mordido al marido. Pero de alguna manera, te digo, vi una sonrisa dibujada en su rostro. Era un hijo de puta.

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Cuestión de gusto - Fernando Andrés Puga

 

Ella no sabe bien. Al dar el primer bocado lo supe. Pese al esfuerzo de sus padres por mandarla a los mejores colegios; a pesar de vestirse en las más exclusivas boutiques, usar los más delicados perfumes y frecuentar los ambientes más refinados, ella no tiene buen gusto.
La escupí de inmediato, junté sus restos y los enterré en el fondo de casa. Al menos servirá como abono para la tierra de mi huertita hogareña. Espero que no largue mal olor.
La próxima vez tendré que ser más pícaro y no dejarme engañar tan fácilmente.

Acerca del autor:

Extremos - Lucila Adela Guzmán


“Alcance la silueta perfecta en un mes” decía el folleto pegado sobre la corteza del árbol que daba a la puerta del supermercado chino. Esa misma mañana, aún con las bolsas del súper cargadas sobre la mesa de la cocina, tomé el teléfono y contraté el servicio de la clínica Spa y, decidida a sacarme esos treinta kilos que tenía de más me despedí de la imagen de gorda fofa que me perseguía por todos los espejos. La despedida consistió en un adiós a mis perros, tres porciones de tarta de frutillas con crema y un cafecito con edulcorante.
Ya han pasado cinco días desde mi primer intento de fuga. Yo corría hacia la salida cuando sonaron las alarmas, la mano huesuda de uno de los guardias apretó mi garganta hasta que tuve que escupir la última hoja de trébol que había arrancado del jardín ¡extrañaba tanto comer algo sólido! 
Esta mañana, mientras nos proyectaban imágenes de lo que, para ellos, significaba el éxito: mujeres flacas, con ojeras y cara de orto, igualitas a las modelos de revista de pret a porter, aproveché para escabullirme. Corrí a toda velocidad, tanto que lo flácido iba rebotando como queriendo desprenderse de mi esqueleto; debe ser por eso que me resbalé hasta caer. Y caí redonda... como siempre. Los guardias me atraparon mientras rodaba por la pendiente de una lomada. Diré que dentro de las circunstancias tuve suerte, pues ellos lograron reprimir sus instintos futboleros y yo pude recuperar mi ancha línea vertical tomándome de sus brazos.
Una vez repuesta fui entrevistada por los directivos de la clínica y allí mismo fui declarada por ellos como un “caso perdido”. Luego de firmar los papeles en donde yo juraba que no exigiría reembolso alguno me dejaron ir. 
Mientras regresaba a casa, hice una lista mental de mis platos preferidos: costillitas de cerdo a la riojana, matambrito a la pizza, bombas de crema bañadas en chocolate, en fin, la lista era larga y en mi boca ya se había formado un mar de agua saliva. Nadando en ese mar una débil voz interna, que intentaba convencerme de que sería una pena recuperar los diez kilos que había perdido con tanto esfuerzo, se ahogaría.
Mi alma de gorda estalló de felicidad cuando supo que la mente ya había claudicado y le daba permiso para comer lo primero que viera sin pensar en calorías ni balanzas.
En cuanto puse la llave en la puerta de mi casa los perros ladraron; pobrecito mi Chichilo… siempre el primero en darme la bienvenida.

Acerca de la autora: 

Reflejo en el Espejo en clave de Mi - Adriana Alarco de Zadra


Cuando la gloria no llega con el amanecer y mi ángel de la guarda no regresa; cuando veo que mi energía se jubila y asoma en el espejo la primera arruga, no me desespero. Recojo un pincel, una flauta, una pluma o un teclado y trato de crear el más exquisito poema a la vida que refleje mi pasión en palabras, notas, pinceladas. Así me veré renacer jubilosa en el espejo como el ave fénix.

Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra

miércoles, 10 de febrero de 2016

Escena en una bucólica villa, en un día de mercado, en la Edad Media - Daniel Frini


—¿Qué va a llevar, doña? 
—Deme tres libras de muslo, cortado finito, como para cotoletti
—Muy bien. Tiempo loco ¿eh? —contestó el carnicero, mientras afilaba su cuchillo en la piedra de Ardenas y se disponía a rebanar la pierna del prisionero quien, con los ojos inyectados en sangre, espumarajos escapando de su boca de dientes flojos por morder lonjas de cuero para engañar al dolor, la cara roja y perlada por el sudor, las venas azules de sus sienes a punto de estallar, las manos moradas por las ataduras, padecía el suplicio de ser descuartizado en vida y vendido en fetas en el mercado.

Acerca del autor:


Simultáneas – Héctor Ranea


Rayos, truenos, pararrayos fundidos como azúcar al fuego, gente electrocutada en los campos, gotas enlazadas como el silencio con las notas de Miles Davis siguiendo a Jean Moreau una noche de tempestad en París. Todo atado por el tiempo.
¿Qué es Jeanne Moreau caminando bajo la lluvia de París, Davis enlazando lluvia con los ruidos de la calle, armando una red que nos deja insomnes, nos seduce, nos encandila aunque sea de noche?
Esto no es París. Es Berlín. No es Jean Moreau, es Bruno Ganz en Magdeburgo, es Solveig Dommartin en su trapecio más alto, es Otto Sander sobre lo que queda de un muro. Los rayos, las alas doradas, los ángeles recitan Handke bajo el aguacero. Tormenta eléctrica, todo es poesía frenética que se esparce desde Berlín a París. No tenemos más que relámpagos y rayos, rayos y relámpagos.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Corina - Abel Maas


Hace muchos años, y durante cortos y numerosos períodos aleatorios, compartía intimidad con una muchacha muy linda, rubia, grandota, ofreciendo siempre su melena al viento; fumaba Particulares livianos y su mamá era húngara.
Mi rubia padecía de un exceso de fervor y entusiasmo por todas las cosas de la vida, las más sencillas y las más complejas. Se celebraba y se cantaba a sí misma y pretendía que se le abonara con la misma moneda. Era, como decirlo: un permanente sentir. Por esa época yo sólo escuchaba "Nathalie" y releía incansablemente Últimas tardes con Teresa.
Avanzada estudiante de sociología no pudo escindir teoría y sentimiento y, finalmente, se proletarizó. Largó todo (yo incluido), se fue a vivir al campo y aprendió a manejar la enfardadora de alfalfa. Durante la época de la cosecha fina, cuando tenía mucho tiempo libre, y con su reconocido fervor, se dedicó a profundizar sobre "La cuestión agraria". Gustaba caminar de noche, desnuda, a la luz de la luna, entre los surcos de laboreo y, a veces, lloraba frente a las parvas. Soñaba con una "larga marcha" de tractores, cosechadoras, rejas de arados, enfardadoras y proletarias carretillas sobre los centros urbanos y las grandes capitales.
Formó centros de concientización, equipos de agitación, cooperativas obreras y comités de lucha. En el campo se la empezó a conocer como "la loca de la alfalfa". Yo la visitaba cuando la cosecha gruesa y le llevaba "el material" que mes a mes me indicaba minuciosamente por carta. Fue así que conocí Rojas, Casilda, Venado Tuerto, Las Trojas, Armstrong y otros enclaves de la pampa gringa. En los viajes llevaba como único equipaje el cassette de Gilbert Bécaud y el gastado ejemplar de Juan Marsé. Durante el oscuro período de la dictadura militar perdí todo contacto con ella.
La volví a ver –por televisión– en julio del 2008, en las manifestaciones del agro por la 125, cantando el himno con Miguens, Alderete, De Angelis, Bussi y toda la mesa de enlace. Vestía un apropiado conjunto de "Cardón" y su melena, ahora rubia ceniza, se adornaba con una bonita boina Armani. Estaba más linda que nunca y se la veía exultante como siempre.
Su mamá regresó a Hungría: cocina goulash a orillas del Danubio; en mí próximo viaje visitaré Budapest, la buscaré y la encontraré. Tenemos que hablar de ella.

Acerca del autor:
Abel Maas

Regreso - Enrique Tamarit Cerdá


Después de muchas vacilaciones, le expresé por fin a Paula mis temores, de un modo torpe, atenazado por la angustia. Ella confirmó que me dejaba. Desolado, vagué toda la noche de un lado a otro, hasta recalar en un abrevadero ignoto, dispuesto a agotar las existencias de ginebra alineadas en el estante sujeto a un gran espejo, detrás de la barra. Un tipo maduro, a mi lado, no dejaba de mirarme. Animado por las copas, quise descargar mi enojo y le pregunté al viejo qué mosca le había picado. Como si hablase consigo mismo susurró que no me afligiese, que este sufrimiento no merecía la pena. Le escupí un insulto, por entrometido. Apurando su trago, enfiló hacia la salida; al pasar junto a mí me palmeó la espalda, sin energía. «Volverá», dijo, «y créeme, no será lo mejor». Mientras se cerraba la puerta a sus espaldas, aún pude oír: «Nos veremos en treinta años, trasegando licor frente al jodido espejo».

Acerca del autor:

Mi socio - Ana María Caillet Bois


Tome un taxi hasta el centro; no podía ir a buscar el auto al garage y no tenía tiempo de ir en ómnibus. Me senté y me puse a mirar por la ventanilla; necesitaba poner en orden mi cabeza. Habían sucedido tantas cosas en las últimas horas que mi sangre bullía y mi corazón palpitaba aceleradamente.
Siempre fui un hombre pacífico, incapaz de matar una mosca, y de pronto me había convertido en un asesino. Creí que lo tenía todo: una hermosa familia, una empresa próspera… ¿Qué le iba a decir a Delia y a los chicos? Lo más sensato sería irnos del país, huir antes de que la policía descubriera que maté a mi socio. ¡Pobre Alejandro! No logro sacar de mi mente la imagen del cuerpo ensangrentado sobre el piso de la oficina. ¡Tantos años trabajando juntos! Y con la confianza que le tenía… Las cuentas las llevaba él, claro; era contador y yo apenas había terminado el secundario. Más aún: tuve que ponerme a trabajar desde chico porque en casa nunca sobró un peso; éramos muchos hermanos y por más que mi padre trabajaba como un burro el dinero nunca era suficiente. Me casé joven y con Delia formamos un dúo espectacular; planificamos una familia con dos hijos para poder darles las oportunidades que nosotros no tuvimos. Y ahora pasarán a ser los hijos de un asesino, se van a convertir en parias, nadie los va a mirar y están en plena adolescencia, una edad difícil. ¡Qué espanto!
De pronto, sin pensarlo dos veces, le dije al taxista que volviera; debía enfrentarme a los hechos, no era hombre de huir. Y ahora que tenía apuro por llegar y ponerme a disposición de la justicia, el auto no avanzaba.
—¿No puede ir más rápido?
—¿No ve que el tránsito está imposible?
Por fin llegamos; pagué, no esperé el vuelto y entré a la oficina.
¡Qué raro! Todo estaba tranquilo, no había policías, los empleados trabajaban como en un día normal… y mi socio gozando de buena salud, sentado ante su escritorio.
Ahí me di cuenta de q            ue todo había sido un sueño, llamémosle una premonición; no lo había matado, no. Por fortuna mis hijos no eran los hijos de un asesino.
—¿Te pasa algo? —dijo Alejandro levantando los ojos de los contratos que estaba revisando.
—N-no, nada. —Le pedí que me esperara, que iba a hacer un trámite y me dirigí a toda velocidad hacia el banco que manejaba el grueso de nuestras operaciones, y cuando hablé con el gerente casi me desmayo, quedé a las puertas de un infarto: realmente Alejandro había retirado todo nuestro dinero.
Me repuse como pude y regresé a la oficina hecho una tromba. Apenas me vio, mi socio intuyó que me había enterado de lo que ocurría, mientras yo pensaba en Delia y los chicos para no matarlo. Sin embargo, logré calmarme; no me iba a convertir en un asesino, aunque mi primer impulso fue pegarle hasta destrozarle la cara.
—¡A ver qué explicación tenés para justificar lo que hiciste! —exclamé. Se puso pálido y tartamudeando contestó:
—Estoy en un… problema, Rodrigo. Sos hombre y me tenés que entender. Me enamoré de… Claudia, ¿sabés? A nuestra edad una pasión te devuelve la vida. —Claudia, nuestra secretaria. ¿Qué le había visto a esa mujer? La esposa de Alejandro era bella, inteligente. Alejandro dejó de taramudear y siguió tratando de justificarse—. Me voy con ella; nos escapamos a Brasil y no pienso volver nunca más.

—¡Con mi dinero! —bramé—. ¿De que sirvieron tantos años de amistad y confianza? ¡Traidor! —Se me hizo un nudo en la garganta y supe que me largaría a llorar como un niño. Pero en vez de eso, en mis labios empezó a dibujarse una sonrisa. ¿Qué era lo terrible de esa tragicomedia? Yo no me había convertido en un asesino, mis hijos no tendrían que avergonzarse de su padre, todo lo que me había robado era un poco de dinero… y yo no tenía la certeza absoluta de que en algún momento del futuro no me cruzara por la cabeza la idea de fugarme con una joven veinte años menor que yo. Lo urgente era conseguir un socio que recompusiera el capital de la empresa, y poner un aviso para conseguir una nueva secretaria.

Acerca de la autora:

sábado, 6 de febrero de 2016

El universo de Kandinsky – Sergio Gaut vel Hartman


—Se me ocurrió una teoría genial —dijo Chato.
—¿Ah, sí? Escucho. —Raso se desplazó hacia un costado, lo que significaba, inequívocamente, que el planteo de Chato lo descolocaba.
—Vivimos en un universo tridimensional, ¿estás de acuerdo?
—Eso lo sabe hasta un puntito.
—Pero puedo imaginar la existencia de una cuarta dimensión.
—¡Estás loco! ¿Y cuál sería esa cuarta dimensión?
—¡La altura!
—¿La altura? Voy a llamar de inmediato al 666 para que te encierren.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Profesionales - Javier López


Acababan de conocerse en la barra del bar. Eran los dos únicos clientes y decidieron compartir charla y cerveza.
—¿Me había dicho que trabajaba en...?
—Soy representante de licores. Y usted, ¿a qué se dedica?
—Escribo frases lapidarias.
—¿Es escritor, columnista, novelista, dramaturgo quizá?
—No, soy cantero, y trabajo para la funeraria del pueblo.

Acerca del autor:

Bar – Héctor Ranea


—Disculpe, es la entrada para clientes. Acá no puede —dijo el guardia, con la clásica expresión de oler mierda—. No me haga llegar a extremos, vea —aclaró, acariciando su bate de béibol.
Tuve escalofríos. Después de tanto discutir con ese obtuso decidí que era mejor entrar por donde me mandaba y quejarme ante el gerente después. ¡No puede ser que en un bar “clon friendly” me traten con esas maneras!
Una vez dentro, me dejé llevar por el desenfreno del alcohol, la aventura con la gente, el baile y recién a la madrugada interpelé al tipo. Era bastante desagradable, por cierto. Después de escuchar mi queja, un tanto distorsionada por mi borrachera salvaje, me dijo:
—Mire. Este vigilante es un simplón. No sabe literatura. ¿Un clon de Samsa, transmutado? ¿Usted cree que él podría distinguirlo de una cucaracha común?
Digo: me convenció pero claro, yo estaba muy en pedo.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Contame vos - Abel Maas


Ahora estoy bien, pero mejor no te cuento, no pude pegar un ojo, me dolía la barriga, todo, todo, ayer no me llamó, antes de ayer tampoco, y viste como soy, me vuelvo loca, sí, ya sé, vas a decir que soy siempre la misma estúpida,  que me creo las mentiras de cualquiera, siempre decís lo mismo, pero ni vos sos yo ni yo soy vos, yo tengo algo adentro que no sé qué es y me quema,  la última vez que lo vi  fuimos al cine, solo para chapar, que es lo único que le interesa y yo me canso y me aburro porque siempre es igual, me besa y me aprieta las tetas, me besa y me aprieta las tetas, todo el tiempo y me quedo sin respiración y me duele, no sé donde está la gracia, a mí me gusta salir, el sol, la vida al aire libre, la vida que bulle, pero te podés reventar, este último tiempo ya cambié un montón, son todos iguales, me muestran las fotos de los nenes que son todos iguales, viste que todos los nenes son iguales, y te hablan de la esposa, dicen esposa, que es una bruja, todas son brujas, se creen que una es idiota, yo ya no sé lo que quiero,  yo quiero alguien como mi papá, que me siente sobre sus rodillas y me acaricie las piernas como mi papá, que me acaricie el pelo como mi papá, mi papá siempre me acariciaba el pelo, y también se lo acariciaba a mi mamá que no hacía ninguna falta porque estaba yo, y a mí me daba una rabia, y cuando mi papá acariciaba a mi mamá, ella me miraba y se reía, me tiraba una patada, y después me dolía la barriga, y después lloraba en la cama, y siempre soñaba con cosas, con cosas de miedo y de amor, siempre me duele la barriga, me tengo que operar, tengo algo ahí, me duele todo,  yo lo que quiero es dormir, dormir todo el tiempo, y entonces me muero y ya está, pero bueno, contame vos.

Acerca del autor:



Cuaderno de bitácora - Enrique Tamarit Cerdá


Anoche, durante la tormenta, nos peleamos otra vez. Le alcé la mano, puede que la golpeara, no lo recuerdo. Enfurecida, salió a cubierta. Afuera arreciaba el viento; la seguí. Aún no había terminado de subir la escalerilla cuando recibí un golpe en la cabeza. Aturdido, la vi a través de la cortina de lluvia y me abalancé torpemente a sus pies, derribándola, pero se liberó dando patadas con frenesí. La alcancé junto a la borda; mientras forcejeábamos, nos envolvió una enorme ola, sentí un vértigo repentino y luego la perdí.

Hoy amaneció en calma. La veo maniobrar con energía y destreza, absorta en la rutina del barco. Me siento incapaz de hablarle, de tocarla. Ella pasa junto a mí sin temor alguno, como si no me viera, como si yo ya no existiese. Su rostro maltratado refleja resolución y alivio.

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martes, 2 de febrero de 2016

Métodos clásicos de seducción - Rogelio Ramos Signes


—¿Con qué sueña cuando sueña un minotauro? —le preguntó Blancanieves a Asterión, conmovida hasta las lágrimas y acariciándole una pezuña.
Ella sabía la respuesta. Cualquier mujer con dos dedos de frente sabe la respuesta, pero igual se hizo la sorprendida.
—Sueño que soy un enano, que los otros seis se fueron a pescar; y que estamos solos, mi reina.

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Rogelio Ramos Signes

Johannisberg - Pablo Valle


El nombre del pueblo significa “colina de (san) Juan”. También es el nombre del castillo que domina, precisamente desde la colina, un paisaje que desciende, por los viñedos, hacia el Rin. El Schloss no es exactamente un castillo, sino una mansión, y no muy antigua. 
Según me cuenta mi anfitrión, ya fue vendido a un multimillonario, pero la última baronesa Von Metternich aún habita un ala del edificio, privilegio que cesará con su muerte.
Mientras tanto, la anciana señora, que responde al nombre de Tatiana, conduce un BMW por las colinas y los valles del lugar, una y otra vez, saludando amablemente a los pobladores, que en otros tiempos hubieran sido sus vasallos, y escribe versos que publica en lujosas ediciones de autor. 
Mi anfitrión, como sacerdote del pueblo, ha merecido un ejemplar, dedicado, cuyas tersas hojas recorro, sin entender.

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Pablo Valle

Solicitud de un kuezko desesperado - Daniel Alcoba


Señor don Sergio, necesito absolutamente incorporarme a Abducidores de Textos. Esa prestigiosa organización, cuyos mandos empuña usted con firme mano, constituye mi única esperanza de regresar a casa (my house, yes), en el Codo de Orión: no soy más que un pobre ET, el más miserable de todos. En otras palabras: me propongo ser abducido por abducidores, hecho uno con mis propios textos, porque mi condición física y metafísica me lo permiten: soy gaseoso y ondulatorio. Un auténtico kuezko de alta resonancia y copioso aroma, del Codo Oriónida. Y supongo que el período post-abducional me situará en el Éter Global, en todo caso inmediato a cualquier astronave kuezka que aceche la Tierra con intenciones de abducir humanos o más bien humanas (minas, sí) que nos quieran oler.

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Daniel Alcoba