sábado, 5 de marzo de 2016

La rebelión del beduino malacara - Daniel Alcoba


Qobb al-Din se prohibía pensar mal de la especie cuasi caballar. Era un beduino imbuido de optimismo bioingeniero. No previó que el malacara que acababan de asignarle los predicadores artillados del 28º regimiento tuviera mala voluntad. Al pasar por debajo de un castaño, Ásifun dio un leve brinco, y la coronilla del general de los ejércitos incalifales se aplastó contra una rama gruesa del castaño. Con el empuje craneano la rama cedió hacía arriba. Qobb al-Din se masajeaba el chichón con la diestra como si de esa manera pudiera impedir que siguiese creciendo; para ello había deslizado la mano por debajo del turbante, que estaba chato como boina vasca. El emir se había propuesto no perder la calma, pero tiró del freno con energía. El animal se detuvo al punto, y el jinete desmontó para llevarlo por la brida, otra vez debajo del castaño. Cuando llegaron al sitio de la falta, el jeque miró a los ojos al cuasieco, que a su vez le sostuvo la mirada, sin humillar ni un punto. Luego el hombre señaló la rama del atentado: –¡Kahuanay! (¡Mira) –Vociferó como si el animal fuese sordo.– ¡Kahuanay, asnuhatun (¡Mira, burrazo!)! El animal, que había seguido la dirección que indicaba el índice de su amo, se puso a mordisquear la rama, en un gesto a mitad de camino entre el de un camello y el de una jirafa que comen ramas. Pero al mismo tiempo que Qobb al-Din hurgaba en la sobaquera derecha, que llevaba entre la chilaba de campaña y la guerrera, Ásifun, con un movimiento muy medido, levantó el casco izquierdo del suelo, y lo dejó caer sobre la bota de campaña de su amo, produciendo un sonido grave. El casco zurdo de Ásifun estaba sobre el pie del jeque Qobb al-Din. El malacara beduino es un animal de unos 1400 kilogramos, su remo delantero izquierdo registra más de ciento veinte, a peso muerto. No obstante el jeque llevaba el pie protegido por la bota blindada de fibra de carbono. Cuando el emir de los ejércitos acabó de extraer de la sobaquera izquierda un objeto parecido a una pequeña afeitadora eléctrica, vociferó hacia las orejas del cuasieco: –¡Nitiniy, asnuhatun, nitiniy! (¡Aprieta burrazo, aprieta!). Ásifun seguía mordisqueando la rama como si nada, como si aquellos gritos no fueran para él. Entonces Qobb al-Din le dio un fuerte golpe de 140000 voltios / 0, 025 mA en el pescuezo. Todos los músculos de Ásifun se contrajeron al mismo tiempo, circunstancia que el hombre aprovechó para sacar la bota de abajo del casco, dar el salto al costado. Al malacara beduino se le contrajeron los músculos, se le erizaron los pelos, luego cayó a tierra de rodillas, y tras diez segundos de perplejidad, entonó un bramido largo, como de trombón bajo que sopla un negro triste. El emir devolvió la porra electrónica a la sobaquera. Su Amauta, que había meneado la cabeza al ver la última acción de su jefe y alumno, se creyó en el deber de aconsejar: –Yo en su lugar, Eminencia, no paro, le daría una buena tanda de electropalos ya mismo, siete lo menos le daba, y otros dos de yapa, porque además de mañero, es un mal bicho enviciado con las putadas: ¡mire que dar un salto justo cuando el turbante, con su cabeza adentro, estaba debajo de la rama, que casi la rozaba! Ásifun es challi, Pachanchik Jeque. ¡Y lo que es pior, peleón y sotreta! –¡¿ Pior”, “sotreta”…?! Me va a volver pisi-uma con tanta palabra nueva, Hatun Amauta, ¿por qué me ha dicho “pior”, y qué coño es “sotreta”? –Con “pior” no se arrugue, Eminencia, es también anacronismo, usual entre pajueranos argentinos, es “peor”, ni más ni menos. Pero como iba acompañando el adjetivo “peleón”, que lleva dos “e”, lo usé por eufonía, para que la frase no me quedara como de oveja con tanta “eee”… “Sotreta” no es un coño, es un sustantivo de indios argentinos, que todavía usan los guerrilleros pajueranos del sur, es palabra vieja: “cabalgadura inútil”, significa. También es adjetivo, por ejemplo, en esta frase: “Ásifun es cuasieco peleón y sotreta”. –No se precipite en los castigos cuando se trata de cuasiecos. Esta especie ha heredado los misterios de todas las que creo Dios (alabado sea) y usó el ingeniero Yafar al-Mawkibun para diseñarla: cuando están silenciosos como jirafas son desconfiados como éstas, de ordinario resultan igual de cabrones que los camellos, que ya ve que hay que llevar siempre las maniotas aunque no estén malhumorados a simple vista, pero cuando a los cuasiecos se les mete un afán entre cuerno y cuerno, enloquecen. Igual no hay que precipitarse con los castigos de las monturas, Abdulá. Si Dios (alabado sea) ha decidido que yo padezca la mala educación de este animal, quiere decirme que domarlo debe ser obra mía. Lo haré a la manera de la escuela camellera del desierto libio, que suma al saber tradicional de la andaluza, los últimos descubrimientos de la etología camelo pardal equina, la electrónica y la magia legal. –¿También la electrónica, Eminencia? Ya ha visto el martillo Taser de 140000 voltios que usé hace un momento. Tiene una intensidad calculada para cuasiecos grandes, de más de mil doscientos kilos. Seré paciente con Ásifun, pero también astuto e inflexible. Siete horas después, cuando vestían los uniformes de guarnición para la revista, al atardecer, el chichón en el testuz de Qobb al-Din tenía el tamaño de medio huevo de gallina. El emir tenía la impresión de que el otro medio huevo se le había formado adentro del cráneo, de manera que antes de sujetarse el turbante de nuevo para pasar revista a las tropas, se roció con un aerosol analgésico que le había recomendado el seleccionador de fútbol del incalifato. Cuando volvió a ponerse el turbante sentía la cabeza tan ligera como un globo lleno de helio. Fue a causa de esa sensación como si la cabeza estuviera volando por el cielo, que Qobb al-Din se hizo adicto al aerosol analgésico.

Acerca del autor:
Daniel Alcoba

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