lunes, 14 de marzo de 2016

El rápido Tokio Nagoya – Sergio Gaut vel Hartman



—Ay, Floripondio, ¿cómo hizo para llegar tan rápido?
—Es que la amo un montón, Tremebunda.
—Pero usted vive a treinta leguas de aquí y hemos hablado por teléfono hace cinco minutos.
—Vine en el tren bala, ese que corre a seiscientos kilómetros por hora.
—En Japón, Floripondio, ese tren circula en Japón.
—¡Por favor! ¿Acaso cree que eso puede ser un obstáculo para que yo acuda a usted a toda velocidad, haciéndole caso a mi pasión, que fluye como un torrente?
—Yo creo que usted es un farsante, que dice esas cosas bonitas porque quiere dormir conmigo.
—Usted me ofende, Tremebunda. Yo jamás perdería el tiempo durmiendo junto a una dama que ofrece pródiga sus encantos.
—Perdóneme. Me dejé llevar por el arrebato de mi corazón desbocado. Debí haber tenido en cuenta que su amor es platónico.
—Ni platónico ni aristotélico. Cuando digo que no dormiría la siesta a su lado porque su cuerpo me corta el sueño.
—¡Entonces su interés en mí es puramente carnal!
—¡En absoluto! Nosotros, los orientales de pura cepa, no comemos carnes, solo ingerimos arroz.
—¿Es usted japonés, Floripondio, como el tren bala?
—No, Tremebunda, soy uruguayo.

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