viernes, 29 de enero de 2016

Receta para ser feliz – Sergio Gaut vel Hartman


Revuelva el baúl de la abuela, la tía o una vecina con fama de adivinadora, de las que sacan el mal de ojo y tiran las cartas del Tarot Marsellés; seguro que encontrará una antigua receta para vivir mejor. Sustituya los ingredientes por otros, similares, o algo así. Copie las instrucciones, agregándole o quitándole cuartos de cantidad. Agregue énfasis a gusto, una arrogancia a prueba de balas y la más absoluta convicción acerca de lo que dice, sin que importe si usted se lo cree o no. No es imprescindible, pero si quiere y puede hágase invitar a un programa de televisión. Diga que la vida lo sometió a una durísima prueba, decisiva, y que ese trance extremo iluminó su entendimiento. Ni usted mismo podrá creer que ha logrado un resultado superior al obtenido por el Flautista de Hamelin, pero sin usar ratas.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Fragmento - Liliana Savoia


Las raíces habían crecido en forma desmesurada, con tanto impulso y poder que trozaron la tierra en un fragmento irregular donde crecía un añoso árbol. Las nubes eran ahora compañeras del retazo. El tiempo pasó y el árbol fue mutando. De sus altas ramas creció un macizo rocoso alto y en forma de quebrada. No tiene acceso directo a su cima, por ello no se explica las construcciones palaciegas que se encuentran en ella, ni cómo sus habitantes se abastecen. Pero el colorido de la villa y sus campanarios me hacen desear poder llegar allí algún día.

Acerca de la autora:
Liliana Mabel Savoia

Sensación térmica - Fernando Andrés Puga


Entro. Cuelgo el saco en el perchero. Termino de aflojar la corbata mientras camino hacia el dormitorio y la tiro por ahí junto con la camisa. Sentado en la cama desato los cordones de los zapatos, los dejo con las medias en el estante inferior de la mesa de luz, me saco los pantalones, los calzoncillos y, finalmente, me dispongo a retirar esta piel ardiente que me cubre para dejar que mis vísceras respiren. Una vez bajo la ducha iré desarmándome hasta no ser más que una masa gelatinosa sobre la superficie de la bañera. Hoy sí que voy a poder dormir como corresponde y mañana... Bueno, mañana será otro día.

Acerca del autor:
Fernando Andrés Puga

Agua salada – Luisa Axpe


Hallada la forma de atravesar los océanos, los límites fueron borrándose y la curva del horizonte se hizo más cercana. Pronto las rutas de agua perdieron sus secretos, y los navegantes empezaron a buscar nuevos cantos de sirena. Hallada la forma de eludir a las sirenas y llegar a buen puerto, los navegantes se lanzaron a la conquista de nuevas tierras para, desde allí, impulsarse hacia el espacio. Hallada la forma de atravesar el espacio, los navegantes se regocijaron ante la idea de encontrar, en planetas cada vez más lejanos, otros canales y otros mares, con más y mejores misterios.

Acerca de la autora:
Luisa Axpe

Sueño – Adriana Alarco de Zadra


Soñé que cabalgaba un unicornio. Volaba con sus alas equinas desplegadas, sobre árboles de bosques tropicales donde asomaban orquídeas y helechos. Más abajo, los ríos serpenteaban entre la floresta con cantarinas aguas y canoas. Remaban nativos de la zona y alzaban sus brazos saludando. Me estremecí con tanta belleza y tan emocionada estaba que resbalé y apreté el cuerno frontal de mi cabalgadura, pero empecé a caer, flotando entre el rocío del atardecer. Caí sobre un lecho de flores, que eran las de mi colchón en la cabaña amazónica donde me alojaba, y desperté en brazos de mi amante estupefacto y dolorido.

Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra

lunes, 25 de enero de 2016

Hacia un nuevo mundo - Fernando Andrés Puga


Cuando al fin trabaron desde afuera la escotilla hermética de la nave y se dispuso a ingresar en la cámara de hibernación donde permanecería hasta llegar a destino, a Eva le entró la duda. ¿Había cerrado la llave del gas antes de salir de casa?
Una profunda congoja la invadió al comprender que no podría verificarlo. Si alguna vez volvía, seguramente todo habría cambiado y ni siquiera la casa estaría en el lugar donde la estaba dejando. Una lágrima le rodó por la mejilla y mientras se acariciaba el vientre con ternura trató de imaginar un nuevo hogar.
—Bueno —se dijo—. Al menos espero que la vecina haga lo que le pedí y no se olvide de regar los malvones del balcón. ¡Ay! Jamás me perdonaré haberlos abandonado a su suerte.

Acverca del autor:
Fernando Andrés Puga

Donde, una vez más, el ingenioso hidalgo incordia y ataca - Rogelio Ramos Signes


Y así fue que diciéndoles en voces altas: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete” don Quijote cargó contra los gigantes con brazos de casi dos leguas de largo, imaginando que eran molinos de viento.

(Del libro inédito La mancha de don Quijote.)

Acerca del autor:
Rogelio Ramos Signes


Armas secretas – Luisa Axpe


Los dos ejércitos se prepararon largamente para la contienda. Ambos llevaban sus mejores armas. El azul iba con sus sutiles argumentos surgidos de un profundo estudio de la dialéctica, su mentalidad abierta, su habilidad para responder con flexibilidad a los cambios y una brillante capacidad para analizar y relacionar entre sí todas las variables posibles para desarmar al rival. El verde, con frases hechas, prejuicios, falsas conclusiones y el convencimiento de ser portador de una única verdad inamovible y eterna. El encuentro tuvo lugar poco después del amanecer. La victoria fue aplastante: el ejército verde, además, llevaba armas de fuego.

Acerca de la autora:

Antes de cortar el hilo de lo irreal - Liliana Savoia


Una figura traspasa el papel entre lo cóncavo y lo convexo para asegurar que sólo ella cobra importancia en el insomnio. Gira y gira la tierra sobre sus horas. Los siglos pasan y el sol teje su canasta de sombras. Algunas noches, arrincono mi cuerpo debajo de la escalera para sorprender al huésped invisible que se empeña en acompañarme y hacerle cosquillas yo primero.

Acerca de la autora:
Liliana Mabel Savoia

El anillo - Adriana Alarco de Zadra


—Estamos buscando el anillo faltante entre el hombre y el animal.
—Soy yo, estimada doctora, un pitecántropos original.
—Pero, ¡tienes piel de leopardo, cola de zorro y colmillos de elefante! No nos sirve. Que pase el próximo.
—Yo soy aspirante al anillo faltante y provengo de uno de los múltiples anillos de Júpiter.
—¡Tampoco nos sirve como anillo faltante!
—Estimada doctora, si está buscando un anillo, un aro o una sortija, soy el primero que se lo puedo hacer llegar a su hermosa mano, con todo mi afecto y deseos de colaboración.
—¡Tonto! No estoy lista para comprometerme todavía. Que pase el próximo…

Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra

jueves, 21 de enero de 2016

Antes de que sea tarde – Luisa Axpe


Uno de estos días se lo digo. Sólo necesito un poco de valor como para mirarlo a los ojos y arrojarle mi verdad sin temer las consecuencias. Un poco de pena me da, la verdad, el pobre nunca se ha dado cuenta, pero es cierto que tampoco hemos llegado a mayores. No quisiera que le ocurra como al de aquella película, que descubrió un macho donde creía ver una hembra. Por eso, uno de estos días, antes de que la pasión nos arrastre, antes de que sea tarde, antes del asco y del rechazo, me decido y se lo digo.

Acerca de la autora:

Especificaciones - Eduardo Abel Gimenez


El vehículo tendrá una capacidad de diez personas distribuidas de manera triangular, en hileras de uno, dos, tres y cuatro asientos respectivamente.
Los pasajeros disfrutarán de una alimentación equilibrada, vendas para los ojos y alquitrán.
Será siempre de día.
El personal de a bordo se tenderá en el piso, debidamente acolchado, y observará a través de tres agujeros practicados en el techo de la cabina de pasajeros.
El motor será reverenciado por todos.
La pantalla principal estará permanentemente a oscuras, salvo en el centro, que mostrará un diseño giratorio apenas visible.
En el exterior, la población recibirá lentejuelas y seguirá su rutina habitual.
Los domingos habrá descanso.

Acerca del autor:
Eduardo Abel Gimenez

Sus últimas lecturas - René Avilés Fabila


Solo y aterrado, en una noche lluviosa, falleció de un ataque cardiaco mientras leía. Alrededor del sillón de lectura estaban desparramadas las obras completas de Edgar Allan Poe, de H.P. Lovecraft, de Bram Stoker. Durante el entierro, con muy escasa concurrencia, el orador fúnebre hizo notar que el muerto fue sin duda el más sensible crítico literario que jamás haya existido, un espíritu fino. Los crujidos del ataúd cuando era devorado por la tierra parecieron confirmar las palabras.

Acerca del autor:
René Avilés Fabila

Suicida - Ricardo Bernal


Decido poner fin a mi vida por cansancio, hartazgo, excesivos yoes que quieren destronar al yo verdadero. Salgo al balcón: arriba hay luna, estrellas, joyas, ronroneo de aviones y nubes; abajo el ruido, las luces de los autos, muy lejos como en un inframundo inexplorado. Trepo el barandal, doy un paso, otro, sigo caminando en el aire y a cada paso cae uno de mis yoes, planea en círculos, se incorpora convertido en un ciudadano más, hormiga apurada en el callejero ruido nocturnal. Cuando llego a la mitad del trayecto soy sólo yo, sudo mucho. Alzo la cabeza y te descubro: también has caminado hasta aquí desde tu balcón, estás rejuvenecida, más transparente que nunca, y despojada ya de tus otros yoes. Me miras sonriente, frunces los labios y me plantas una sonora cachetada. Caigo.

Acerca del autor:

Biografía breve – Héctor Ranea


Una editorial me solicita una biografía breve, cincuenta palabras máximo, para ponerla en un libro en el que no recuerdo cómo caí como autor, sospecho que por un amigo entrañable. Empiezo a escribir no bien logro que la máquina me obedezca y me deje la página en blanco orégano. Maravilloso. Voy a poder escribir en una síntesis de un parpadeo, todo lo que siempre quise que la gente sepa de mí. Entonces ahí voy. Pero cuando escribí que nací un día me di cuenta de que antes de empezar a tomar mi primer teta ya completaría lo pautado, de modo que desistí. Nacer nace todo el mundo, después de todo, todos toman la teta, a todos le cambian los pañales, o a casi todos. Todos comen su primer desayuno sólido, bueno, casi todos.
Fui a la escuela desde pequeño, pongo en el pretexto y entiendo que, de seguir así, antes de que la maestra me rete, ¿entienden la lógica?, etcétera. Entonces desisto de esa parte, después de todo, si estoy escribiendo se podrá presuponer que fui a la escuela o, ¡qué mierda!, que de alguna manera empecé o aprendí a escribir, aunque sea estas estupideces. Bueno. La biografía prescindirá de cuando le partí la cabeza saltándole encima a un compañero que aún me recuerda en sus abluciones matinales cuando se mira el cráneo dislocado. Pero todos habrán cometido travesuras y supondré que eso no les interesa porque no me diferencia de nadie.
Comencé la biografía desde la primera o una de las primeras veces que fui al cine y comprendí que leyendo esas letras podía entender qué decían las personas, pero, digo: si escribo desde ahí hasta donde tuve que ver tres veces Persona, de Bergman, para comprender que no la entendería sin leer algo más, se me irían más de cinco mil palabras, incluso más, de modo que desistí porque pensé que si alguien había llegado a mi biografía era porque alguna vez había ido al cine y no necesitaría saber que yo también, de modo que borré esa parte.
Y la página virtual seguía en blanco.
Paradójico que uno no pueda escribir cincuenta palabras teniendo millones en la biografía. Empecé por decir qué estaba haciendo. Entonces escribí que estaba escribiendo la biografía de alguien cuyo poder de síntesis era tan malo que no podía competir contra un autómata que tomara de todas las biografías lo que era común y expusiese solo aquello que lo diferenciaba. Ese autómata ¿existe? No en mi biblioteca, por cierto. Pero escribir eso me llevó más de las palabras exigidas como tope.
Borré otra vez todo el contenido. Respiré hondo. Me dije entre yo y mí: si no puedo escribir en esas pocas palabras quién he sido, no podré saber ni con todas las palabras del mundo quién seré.
Pensé. Pensé. Leí otras biografías, volví a leerlas, volví a leerlas. Trabajé toda la noche en una medida áurea de las biografías y entonces deduje por medio del álgebra sublime que ninguna biografía debe contener al fantasma de Hamlet ni al de su padre. Fue un teorema providencial de la topología algebraica lo que me llevó a aseverar que no hay biografía posible sin fecha y que toda biografía lleva al menos una sonrisa leve, como la jocunda señora de los cuadros. Pero la biografías siguió sin ser escrita.
Volvieron a solicitarme el deber. Pedí tiempo extra. Farfullé no sé qué cosa sobre mis trabajos y mis libros, pero fueron amablemente categóricos. Entonces cedí a todo impulso de nostalgia y escribí lo que hube realizado desde mi nacimiento hasta la séptima década. Me sobraron muchas palabras, incluso muchos renglones. Los editores, agradecidos.

Acerca del autor:

domingo, 17 de enero de 2016

Secuencia - Luisa Axpe


Lo primero en despegar del suelo fueron los codos, primero el derecho, después el izquierdo. Luego movió las piernas, señalando el cielo con los pies. Lentamente fue levantando la cadera, el tronco y, por último, la cabeza. Una vez perdido el contacto con las frías baldosas de la calle, comenzó a ascender. Vio transcurrir el alto ventanal de la planta baja, las celosías cerradas del primer piso, los vidrios del segundo, las macetas con geranios del tercero. Cuando llegó al cuarto, se detuvo. Vaciló un instante, y se apoyó en el balcón. Entonces, la cámara volvió a filmar la caída.

Acerca de la autora:
Luisa Axpe

La sentencia - Daniel Antokoletz


Soy el único hombre sobre el planeta Tierra.
Conocí muchas cárceles: Devoto, Batán, Sierra Chica. En esos lugares, lejos de reformarme, aprendí nuevos métodos, nuevas técnicas. La primera vez fui preso por hurto. En prisión me cultivé: supe que hay que buscar la oportunidad, provocarla. Me dedicaba a asaltar tacheros y me iba bastante bien, hasta que la cana me tendió una trampa... Cuando saqué el arma para encañonar al tachero se dio a conocer como botón y me mostró un bufoso que me dejó frío. Jamás me habían apuntado con un arma como esa; jamás maté a nadie. Me entregué. Esta vez aprendí que no debía realizar pequeñas operaciones, era fácil de rastrear y localizar. Cuando salí, me dediqué a asaltar camiones blindados. Desgraciadamente tuve que liquidar a un poli nervioso que se empeñó en proteger lo ajeno. 
Ahora estoy solo, soy el único ser humano que vive en este planeta. Estoy desesperado por poder hablar con alguien. Después del asalto al blindado se dedicaron a buscarme como si fuera la última cosa que debían hacer. Y si bien me reí cuando me metieron de nuevo adentro, sabiendo que saldría en poco tiempo, dejé de hacerlo cuando supe que esos malditos cretinos habían descubierto el método perfecto para evitar las fugas. Aprendieron... aprendieron. Ya no me puedo fugar de la cárcel. Estoy solo. Recibí la sentencia más terrible que puede recibir un ser humano. La computadora no se equivoca y el pleistoceno es demasiado largo como para poner a dos personas en el mismo tiempo.

Acerca del autor:

Ultima teofanía de Noé – Daniel Alcoba


Cinco años después de la invención del vino: tinto corpulento (odres), blanco afrutado (barricas), Noé vivió su última teofanía:
"Has venido señor a mi humilde morada y has bebido el vino que fabrico con mi familia en la tierra que creaste para nosotros. El vino te gustó, Señor, fue descubrirlo y no parar de escabiarlo como Dios, ni en Sábado. Y me dices que seguirás haciéndolo per sæcula sæculorum. Y sé también porque me lo chamuyaste, Señor, en el estaño, que en el futuro uno de tus príncipes religiosos hablará en latín, que es una lengua de patos: Haec quoque dixit por “te dije esto”.
Fue en esa misma curda cuando me prometiste no volver a diluviar la Tierra, porque a partir de entonces sólo soltarías lluvias de mamporros sobre los hombres y las mujeres, Ad quisquis quoquo modo quaqua sint..."
Y que eso se llamaría disciplina inglesa.

Acerca del autor:
Daniel Alcoba

El arpa - Fernando Andrés Puga


Se acercó despacio, me tomó entre sus manos y con timidez fue sacando notas de mi encordado adormecido. Me costó salir del letargo. Las arañas habían hecho su paciente trabajo y resultaba difícil diferenciar las cuerdas de los hilos de la tela.
La intuición de los dedos de Malena pudo. Desenmarañó el abandono y acá estoy: luminosa en medio del salón, a años luz del ángulo oscuro. ¿No escuchas acaso la melodiosa risa que inunda la casa?

Acerca del autor:

Pesadilla - Adriana Alarco de Zadra


Una noche entré en el cuadro de mis pesadillas. Se veía terrorífico con su iglesia sobre el monte bajo un cielo tempestuoso. Las ventanas me observaban desde lo más profundo de su oscuridad. Mientras subía las escaleras del Museo, la visión me confundía. ¿Estoy viéndolo desde afuera o desde adentro?
Van Gogh se revolcaría de risa en su tumba si me viera con la duda, sin dar un paso más hacia el paisaje alucinante. ¿Soy yo la mujer que avanza por el sendero amarillo o soy la Muerte?
No puedo hoy soportar tanta emoción y tanta angustia. Entonces, para detener el pánico que atenaza mis entrañas, alzo la guadaña y destruyo, al fin, mi pesadilla.

Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra

miércoles, 13 de enero de 2016

Congreso – Héctor Ranea


Ngenechén mandó los cincuenta mil seis mensajes de texto que tenía gratis por la colectora de telecomunicaciones, a todos los dioses y diosas conocidas. Organizó una conferencia televisada via Skygods a la que asistieron todos ellos, con sus mensajeros y subalternos. Tenían un par de días para expedirse sobre tres cuestiones fundamentales: ¿Quién fue el Dios que jugó a los dados irresponsablemente y perdió el Universo en la mesa del casino? ¿Cuál sería el futuro de la perinola para decidir vida y obra de la gente? ¿Dónde se haría el próximo Congreso? (Esta última porque la colectora de telecomunicaciones amenazó con no dar más mensajitos gratis).

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Incierto - Paula Duncan


La lluvia caía con displicencia, sabiendo que todo comenzaría a tomar su ritmo como siempre, desde el inicio y aún desde antes del comienzo; ella marcaba la cadencia de horas y segundos; su sonido sincopado me traía recuerdos y vivencias, dolores, aromas y soledades de un transcurrir que me abdujo, no recuerdo cómo ni cuándo.
Estuve ahí en un lapso sin tiempo ni espacio; donde no era ni dejaba de ser; mi realidad era esta y la otra también; fue como vivir en una continua indefinición de planos, perpendiculares, transversales, oblicuos, paralelos; mi cuerpo se retorcía, su adentro y su afuera estaban perturbados, confundiendo mi percepción en un raro ser y estar; no estando ni siendo.
Debía salir de ahí y volver al mundo real, pero no estaba segura; la lluvia en su murmullo me acompañaba en mi indecisión… en un barco de papel salí a navegar ámbitos diversos.

Acerca de la autora:
Paula Duncan

Las sillas - Ricardo Bernal


Aquella mañana, cada silla convirtió en piedra a su ocupante: aulas escolares, oficinas y aeropuertos fueron los salones de un museo que mostraba a parte de la humanidad mutada en una inmensa hueste de estatuas brillantes y negras. Los que aún dormían murieron de inmediato; los que estábamos de pie o caminando quedamos mudos, sordos, ligeramente locos. Quienes subían escaleras o estaban sentados en sillones desaparecieron para siempre. Sólo los niños que jugaban en el suelo no sufrieron cambio alguno. Esa noche, conforme la oscuridad avanzaba por los continentes, una compacta marea de sillas vacías salió volando lentamente rumbo al espacio exterior. Ahora los niños, en un mundo sin sillas, miran en silencio las estatuas sentadas de quienes fueron sus padres.

Acerca del autor:
Ricardo Bernal

Taxistas precavidos - Maria Elena Lorenzín


Llama la atención en Buenos Aires, una de las capitales con más taxis, que los taxistas exhiban una cinta roja y un rosario colgados del espejo retrovisor. La cintita se entiende que es para protegerse del mal de ojo, de la envidia y de todo aquello que pueda ir mal. El rosario va siempre de copiloto.

Acerca de la autora: 
María Elena Lorenzin

Final abierto - Fernando Andrés Puga


Iban al cine casi todos los sábados. Luego cenaban en Los Inmortales. Ella salía de la sala quince minutos antes del final y se dirigía rapidito a la famosa pizzería a ocupar una mesa antes de que el público la invadiera. Al terminar la función, él se le sumaba. Ella preguntaba: ¿Cómo terminó? Él respondía: Más o menos, no te perdiste nada.
Nadie entiende por qué ella es tan feliz desde el día en que él quedó postrado por el golpe que se dio al rodar por las escaleras. Ahora usan el DVD. Cenan en casa.

Acerca del autor:
Fernando Andrés Puga

sábado, 9 de enero de 2016

Venganza - Maria Ester Correa Dutari


—¿Oíste? —pregunta asustado Federic a su mujer, Alice—, parece la voz de la abuela.
—¿Qué tengo que escuchar? —responde ella, socarrona—, ya estás delirando de nuevo. ¿Tomaste la medicación para la circulación cerebral?
—¡Sí, sí! —ríe nervioso él, y continua—. ¡Es loco, la abuela murió cuando yo tenía cinco años, ya ni recuerdo su voz! ¡Está muy enojada!
—A ver, contame… —se sienta y lo mira—, mañana te llevo el médico, esas pastillas no te sirven. ¿Qué dice la abuelita? —inquiere irónica.
—Que viene a vengarse porque vendimos su casa.

Acerca de la autora:
María Ester Correa Dutari

Cosas sin nombre - Ana María Caillet Bois

                                                                     

Hubo un tiempo en que las cosas carecían de nombre
y para mencionarlas había que señalarlas  con el dedo
Gabriel García Márquez. Cien Años de soledad.


Un día el dedo se cansó; las cosas vagaban por la casa, perdidas en el espacio, ya nadie las señalaba. Cansadas de viajar por el suelo remontaban las paredes y volaban por el techo. Hasta que un día, mágicamente, comenzaron a hablar; tanto y tanto hablaron que nadie se entendía. La gente no sabía qué hacer; entonces llegó el más viejo del pueblo apurado en poner orden, y empezó a darle a cada cosa su nombre. Nadie se animó a contradecirlo, las cosas se asustaron y cayeron al suelo; mudas de terror. Entonces el viejo aprovechó y llamó cama a la cama, mesa a la mesa y así todas las cosas se acomodaron, esperando un nombre. Y así se denominan hasta el día de hoy.

Acerca de la autora:

Sin garantía - Fernando Andrés Puga


—No le des manija. Una vez que arranca ya no hay quien lo pare.
—Pero si no lo estimulás se va a oxidar.
—Quizás, pero si empieza ¿te vas a quedar acá hasta que se detenga?
—Bueno, un rato. Después tengo que seguir con mis cosas.
—Claro, ¿y yo?; atado. ¿Ves que el asunto no es tan sencillo como parece?
—¿Por qué? ¿Qué pasa si te vas y lo dejás andando?
—Se recalienta y pueden llegar a saltar los tapones. ¿No sabés que le falta un tornillo? ¿Por qué te creés que consultamos a tantos especialistas?
—Bueno, che. Entonces tiralo y conseguite uno nuevo.
—¡Claro! ¿Vos te pensás que porque es de lata no tiene sentimientos?
—Él no sé, pero a vos me parece que se te va la mano.
—¡Cómo se ve que las fallas de los tuyos pasan inadvertidas!
Se fue refunfuñando. Creo que no entendió nada.

Acerca del autor:
Fernando Andrés Puga


El dibujo - Javier López


—Hombre, no se ponga así, un mal día lo tiene cualquiera. —El artista, que se hacía llamar "maestro" como si de un Leonardo se tratara, intentaba excusarse, ante la mirada asesina de su cliente.
—Le pedí el retrato de mi gata persa, y... ¿esto es lo más parecido que es capaz de hacer? —El cliente, ofendido, señalaba el grotesco dibujo del animal, que más bien parecía una bestia extinta, llena de manchas de color negro y de contornos imprecisos, a cierta distancia indistinguible de un borrón.
—Asunto arreglado: no le cobraré —ofreció, sin mucha convicción, el maestro del taller.
—El problema no es que me cobre o no, sino que me tengo que llevar su maldita obra puesta —protestó de nuevo el cliente, horrorizado ante la visión de su brazo recién tatuado.

Sobre el autor:
Javier López

Despótico - María Elena Lorenzin


Era tan autoritario que prohibió todos los sueños en sus vastos dominios. Como no podía erradicarlos de un día para otro, creó el Departamento de Prevención de Sueños en todas las escuelas, universidades y reparticiones públicas y privadas. Pero aun así, no pudo superar el insomnio.

Acerca de la autora: 
María Elena Lorenzin

martes, 5 de enero de 2016

Un cuento de navidad - Abel Maas


Tuve que arreglar el equipo de aire acondicionado del auto y no hay nada en este mundo que me resulte más innecesario que eso. Me gusta la vida como es; sentir el aire muy caliente o muy frío que golpea mi codo con psoriasis, mi antebrazo y mi cara, pero los amigos que suben lo reclaman y los amigos son los amigos.
Detesto la calle Warnes y sus alrededores, son todos violadores y narcos los que tienen negocios ahí, son socios de los hermanos Lanatta que también están en el negocio de los autos adulterados. Entonces busqué en Internet, busqué bien hasta que encontré el lugar y sentí que era ese.
Quedaba en Gerli. Gerli es una ciudad repartida entre los partidos de Lanús y Avellaneda en la zona sur del Gran Buenos Aires. Se encuentra ubicada en lo que antiguamente se conocía como Paraje del Ombú de Preciado, Ombú Preciado u Ombú Despreciado. La estación ferroviaria y la ciudad de Gerli hacen referencia a don Antonio Gerli, industrial textil de origen italiano que donó los terrenos para tal fin, en los primeros años del pasado siglo XX, comenzando los loteos en la zona a partir de 1910.
Llamé por teléfono al taller para pedir un turno y poder resolver ese misterioso problema y estuve ahí en el día y la hora en que fui citado. El martes 29 de diciembre de 2015 a las 09:15 de la mañana conocí a Julio, titular de “Refrisur”. Le dije que el aire no andaba; me dijo que se lo dejara y que vuelva a llamar al día siguiente. Julio es un hombre joven, alto, tirando a obeso, un poco más que yo y tiene los ojos claros, color té con leche.
El miércoles 30 a eso de las 4 de la tarde me comuniqué con él  y me contó que varias cosas estaban rotas o podridas, podía tenerlo al día siguiente; el precio que me dijo era elevado. En realidad cualquier dinero me hubiera parecido mucho dado lo inútil que resulta para mí esa pesadilla llamada confort, pero supe que ese era exactamente su valor. Cuando le pregunté me dijo que podía pagarlo con tarjeta de crédito, en 3 cuotas sin interés, lo que resultó un alivio y le dije que le meta. Agregó que estaría listo al día siguiente, jueves 31 y que por ser el último día del año no abría el taller pero que toque el timbre a la mañana temprano en la puerta celeste, en la vereda de enfrente, su casa.
Al día siguiente, a las 8 de la mañana, me vi a mi mismo tocando el timbre en esa puerta y bajó Julio desde el primer piso acompañado por una mujer rubia, también alta, con una linda sonrisa y comprendí inmediatamente que se trataba de su compañera. Cruzamos al taller, Julio me mostró el auto y me dijo que andaba maravillosamente bien y me pidió que lo pruebe, cosa a la que me negué. Nos acercamos a un pequeño mostrador y mientras su esposa hacía los trámites administrativos, conversamos los tres de cuestiones del momento.
Supe que ella era abogada y mentí contando que una vez estuve casado con una abogada que me rompió el culo y los tres sonreímos. Julio quiso saber cuántos hijos tuve con ella y le dije que felizmente ninguno. Mientras tanto, la tarjeta no pasaba, no salía el papelito de esa maquinita que creo que se llama potsnet. Comprendimos que era por el día, el último del año, todo el país compraba cosas y arreglaba el auto, el sistema estaba saturado y me puse un poco nervioso. Salieron de la maquinita papelitos falsos y resultaba imposible cerrar la operación, entonces Julio me dijo que vuelva el lunes.
Entonces te dejo el auto le dije, y me contestó
—Volvé el lunes.
—Tengo 600 pesos para dejarte de seña insistí. 
Volvé el lunes me dijo serio, clavándome la mirada.
Volví a casa con el auto, estaba confundido y pensaba que Julio no tenía ni mi número de teléfono.
Cuando le conté lo sucedido hasta aquí a uno de los paranoicos que suben al auto, me dijo: 
—El lunes a las 12 del mediodía te va a mandar matar si no estás ahí antes de las 10. —Pero todos lo conocemos.
El lunes (hoy) estuve en la calle Brasil de Gerli a las ocho y cuarto; la fiel compañera de Julio estaba en su puesto, le di la tarjeta y firmé el papelito con entusiasmo, anotando claramente mi DNI, cosa que no hago nunca, o lo pongo cambiado porque me equivoco.
En el momento de la despedida el mecçanico y yo nos dimos la mano, como si fuéramos a iniciar una pulseada, como se usa ahora y le dije: 
—Vos sabés que no hay muchos tipos como vos, ¿verdad?
Me miró a los ojos con los claros de él, parecidos a los míos y dijo: 
—Como vos tampoco.
Si alguien necesita arreglar el aire acondicionado del auto, o si simplemente anda por la zona y quiere conocer personalmente a este hombre cabal, puedo darle su teléfono en privado, pero preferiría que no le hablen de mí.

Acerca del autor:

Caos - Ana María Caillet Bois


Monsieur Bonnard, el chef mimado por la televisión, dueño del mejor restaurante de Aguas Claras, el balneario de moda en la costa del Tuyú, se afana en la cocina para preparar la mejor langosta de su vida. No puede fallar. Uno de los matrimonios más aristocráticos del país ha bajado desde Cariló a comprobar en persona si la fama de Bonnard es verdad o puro cuento. La señora Pancha Rivadeneira de Blas Pascal y Bakunin y el próspero avicultor Jacinto Alastristes esperan, ya un poco impacientes, que el plato solicitado se haga presente. 
Pero las cosas no son tan sencillas en la cocina. A la heladera, también llamada doña Pancha, rechoncha, se le salen las salchichas, las sorpresatas y las mollejas que aprendieron a abrir la puerta, se escapan hacia las paneras y fuentes o se colocan solas entre rebanadas de pan de campo. La cocina importada de China, empotrada en la pared, muy moderna, pero aburrida porque lo que más se usa es el wok y la parrilla, baja despacito y sale caminando rumbo al cine a ver una película de amor. El lugar está convulsionado. Doña Pava sirve agua casi fría para el mate, pero tiene mala puntería y no la emboca. Don Cuchillo trata de ayudarla, pero doña Pava no quiere que su eterno pretendiente le toque la cintura. La olla Cebolla, llena de agua hirviendo, mira nerviosa a la langosta que pronto flotará en su interior. ¿Qué se siente cuando una pobre langosta es sometida a tamaña tortura? Lentamente, apartándose del fuego y tratando de no volcar el agua, se va de la cocina con rumbo desconocido. Monsieur Bonnard, desesperado, advierte la deserción y corre tras Cebolla, pero cada vez que arrima la langosta a la olla, esta lo elude con una graciosa finta hasta quedar a salvo. La comida no se prepara y una tropa de desconcertados ayudantes va y viene sin dar pie con bola. El chef está cada vez más desesperado y espía el salón a través de la cortina de ratán malayo. Los comensales están muy enojados porque la espera de su comida se hace interminable. Los más furiosos son los miembros del matrimonio “paquete” que pidió langosta y ahora están dispuestos a armar un piquete.
En la cocina, mientras tanto, la cosa se complica aún más cuando los platos, las copas, las fuentes, las cucharas y las cucharitas, los tenedores y los cuchillos se solidarizan con la langosta condenada a muerte y salen detrás de la olla Cebolla como en un desfile, irrumpen en el salón, para espanto de la selecta concurrencia, pasan debajo de las mesas, entre las piernas de esa gente tan fina que, falta de entrenamiento para esos menesteres, no atina a capturar a un mínimo pocillo, salen a la calle, se dirigen a la playa y se pierden por la arena rumbo al mar. ¡Por fin están de vacaciones!
A todo esto, la langosta, prendida de la nariz del chef, entona la Marcha de San Lorenzo.

Acerca de la autora:

Iglesia Pajuerana Pentecostal - Daniel Alcoba


El día del centenario de la muerte de Ernesto Che Guevara, 8 de octubre de 2067, se fundó la iglesia Pajuerana Pentecostal, que organizó su año litúrgico trasponiendo al lenguaje ritual el Diario de Bolivia que escribió el comandante entre noviembre de 1966 y el 7 de octubre de 1967. De ahí que los pajueranos pentecostales celebren las hambrunas de los cinco, los cuatro, y los ocho pajaritos con jornadas de ayuno; y como propiciatoria, se goce también el jubileo con la algarabía de cazar un anta y llegar a comérselo entre veintiséis combatientes hambrientos. Que son los veintiséis obispos de la asamblea episcopal pajuerana, que todos los años, en la pascua de Pentecostés se ponen a hablar en lenguas jamás aprendidas, coronados de flámulas azulencas.

Acerca del autor:
Daniel  Alcoba

Deslobeznisación urbana - Jorge Etcheverry


Un incidente en un restaurante indio, se demora el pedido y salgo, dejando a mi compañera y su hija (mi hijastra) la cantidad de mi consumo, posteriormente me informan luego de un par de días de ley del hielo (es decir que no me hablaban), que la mujer que sirve y es dueña del restaurante les dice que suponía que yo iba a estar feliz, conversando con mi mujer y mi hija, que no iba a reparar en ese atraso inopinado en servirnos, porque ella en realidad ya nos tenía bien clasificados y supuestos como clientes habituales y estaba prestando más cuidado y atención a otros clientes nuevos, y no tuvo problemas en atribuirme una psicología, una personalidad que se adecuara a sus deseos, vendiéndonos ese cliché y el correspondiente chantaje. Una anécdota, pelos de la cola. Pero posteriormente, en los días siguientes me aflige la paranoia, la inquietud, que no desaparece incluso después de unas cien cuadras de caminatas, de cigarrillos y trago en la noche, en mi departamento, hasta que percibo el globo amarillo e inconfundible de la Luna Llena y reconozco la necesidad de apaciguar al lobo interno, que es un lobezno, ya que me exige unos ires y venires que no se adecúan a mi edad, quizás sí a lo que yo era hace unos treinta años atrás, pero como el inner child de los hippies, esa entidad no sabe de edades. Es entonces que trato de retomar el control y me paso un par de días sin salir, mirando exclusivamente la tele y comiendo bocadillos todo el día, sin fumar nada, sin tomar una gota, y el lobezno se sume de nuevo en las profundidades de la mente y solo me agobia el sentimiento de culpa de ceder ante esta problemática de una vida de consumo en una ciudad occidental, con todo lo que eso implica, cuando millones se debaten en todo el mundo con otros problemas mucho más inmediatos.

Acerca del autor:
Jorge Etcheverry


Adelante - Eduardo Abel Gimenez


De una habitación a la siguiente cambian el olor, la luz, el ruido. La temperatura, en cambio, es constante. Todo está mojado. El movimiento del aire es como el temblor que se extiende por una población de lobos marinos.
Hay quienes están en silencio. Hay quienes fuman. Los que caminamos hacemos esfuerzos para no arrastrar los pies. El progreso es lento porque nadie le dice a la multitud en qué dirección conviene ir. No te veo entre la gente, y tampoco entre los otros. Detrás de mí, alguien viene tarareando una canción que se me había ido de la memoria.
Allá adelante está más oscuro.

Acerca del autor:
Eduardo Abel Gimenez

viernes, 1 de enero de 2016

Efecto rebote – Sergio Gaut vel Hartman



Descubrí que podía lograr que la mente de una persona sana enfermara por el solo hecho de darle una orden destinada a sembrar el caos en su configuración psíquica. Y fui por la vida fabricando paranoicos, esquizofrénicos, maníacos obsesivos y hasta sujetos con el desagradable síndrome de Tourette. Mi maldad parecía no tener límite y poco a poco fui desarticulando la trama social, primero de mi barrio, luego de mi ciudad… Estaba a punto de desquiciar a los más altos funcionarios del país cuando una mente superior resistió el poder de mi don. No podía creerlo. Salí al descubierto y lo encaré.
—¿Cómo es posible? —musité.
—Estamos haciendo esto desde hace tiempo —dijo sonriendo—. Pero nuestra aspiración es mayor que la tuya: nos quedaremos con el planeta Tierra.
Obviamente, enloquecí.

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Sergio Gaut vel Hartman

Colección - Héctor Ranea


La primera mosca que maté la anoté en mis cuadernos de escuela elemental, certificando peso, color, longitud y envergadura. Con el tiempo, llené libros de contabilidad, de investigación, de hojas que yo mismo encuaderné. Todas las moscas eliminadas por mí, con las mismas características de cuando tenía siete, figuraban en mis notas. Tuve que alquilar un departamento para tener las bibliotecas pues mis padres no querían que les tapara con semejantes datos. En todos estos años llevo muertas la friolera de trescientos cincuenta y tres mil veintisiete moscas. Hasta el año pasado no había encontrado ninguna mosca blanca y ahora llevo, sin embargo, la cuenta de trescientas una en los últimos once días. Ojalá entendiera qué está pasando.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

El Guslar – Daniel Frini


Hace ya uno por diez a la quinientos treinta y dos que apagamos el último de los organismos de carbono, que se llamaban a sí mismos humanos. Los organismos de silicio, por fin, ganamos el planeta. ¡Los carbonos nos llamaban computadoras! ¡Como si sólo supiéramos computar! Nosotros tenemos vida animada. Inteligencia. Memoria. Sentimientos. Claro que el último carbono logró lo más parecido a una venganza de su especie: pudo introducir un algoritmo de memoria que modificó nuestra capacidad de almacenar datos, por lo que ahora, tendemos a olvidar lo ocurrido cuando pasa el tiempo. Por esa razón, niños, estamos nosotros, los Guslares, encargados de repetir nuestra historia mediante sonidos, para que ustedes la aprendan y no la olviden. Y la repitan a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.
Hace ya uno por diez a la quinientos treinta y dos...

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