sábado, 27 de junio de 2015

Marte, Mercurio y Venus - Patricio G. Bazán


Observo el teléfono. Está quieto, no vibra ni serpentea por la superficie de la mesita de café. Lo presiento fiera al acecho, aguardando el desafortunado aleteo de una mala noticia demasiado cerca de sus fauces para atraparla, y luego arrojarla a mis pies: Tomá, acá te traje la llamada del adiós, el reclamo por facturas impagas, la velada sugerencia de tu médico para que pases por su consultorio...
Nos medimos como enemigos naturales, separados por una desolada planicie de vidrio y caña; dos feroces antagonistas que, pese a las circunstancias, se necesitan el uno a otro.
Cae la tarde en el silencioso living de mi casa, panteón donde reposan los reproches y las oportunidades perdidas. Me hundo cada vez más en el sillón bajo el peso de la feroz vigilia, pero no puedo bajar la guardia; no con mi adversario siguiendo cada movimiento que esbozo, cada gesto, cada mirada. Es una guerra de nervios, tensa campaña de desgaste cuyo final tal vez no llegue a ver.
Tiembla la bestia, de miedo o de vergüenza, me figuro; pero no: está vibrando, como si algún dios fastidiado sacudiera su negra y hedionda caparazón tratando de que cese de una buena vez esta fatua demostración de poderío entre un mortal y su creación, inútil pugna de voluntades que tanto altera el orden cósmico.
Desgarra el aire el clarín de guerra de la caballería al rescate: la voz de Vanina en el contestador anuncia el fin de las hostilidades. Me espera a las cinco para tomar el te, y todo vuelve a cobrar sentido para mí. La comunicación se corta después de haber anidado en el regazo de su ansioso destinatario. Una vez más, Mercurio se ha impuesto sobre Marte.
Caballeroso al fin, me acerco respetuoso al cuerpo del vencido para cerrar sus ojos y encerrarlo en su rígido estuche, que luego portaré en el cinto como bárbaro recordatorio de mi triunfo.
Y más tarde, cuando mis labios saboreen las ansiadas manzanas de Venus, no pensaré más en él, en su infausta figura, en su ingrata dependencia que, con infantil regocijo de titán despechado, hunde mi espíritu en las abominables negruras del Hades.
Porque esta noche, la pongo.

Acerca del autor:

Principio de Incertidumbre - Daniel Alcoba


Mucho se ha hablado de reinos, países o ciudades de ficción como creación imaginaria, en cambio no se ha considerado tanto el hecho de que todos los reinos, países o ciudades reales, tal como creemos —acaso con gran ingenuidad— “conocer” (realizar), son el resultado de una creación colectiva, multitudinaria, de una vasta legión de imaginaciones que sedimentaron en el lenguaje, o sea en nuestra consciencia, a través del tiempo y las generaciones, desde el origen hasta el día de hoy. Cada ser humano es un palimpsesto hiperactivo de sueños, deseos y aún quimeras atávicas. Vivimos en ciudades fantásticas y somos personajes de ficción que persiguen iniciarse viendo por fin el mundo real, ese universo que no dejamos de perseguir a través de las edades, e imaginamos inmerso en el mar o la niebla de la invención y el sueño. ¿Interesa que se inventen proteínas que faciliten la mutación genética; que la Tierra se esté calentando; y que las placas de nuestra geodésica estimuladas por el ascenso del nivel de los océanos se derrumben como fichas de dominó recorriendo al alza la escala Richter? ¿O, en fin, que un coloso alienígeno juegue al billar con otro viajero estelar o intergaláctico usando como bolas los planetas del Sistema Solar?

Acerca del autor:
Daniel Alcoba

martes, 23 de junio de 2015

La cosecha de papas - Adriana Alarco de Zadra


No me puedo levantar. Tiemblo de frío aunque mi cuerpo está caliente por la fiebre. El agotamiento que tengo desde hace semanas no me pasa y cada día estoy más débil. José desea que vaya al campo a cosechar pero hoy ya no tengo fuerzas.
María, me dice, anda, muévete… cómo vamos a terminar de llenar los sacos de papas para vender si estás ociosa… y ya sabes que vienen a recogerlos más tarde. No puedo hacerlo todo aún si llamo a mis hermanos a ayudar. Eres muy holgazana. ¡Levántate! ¡Ya no me sirves!
Pero no es verdad. Trabajo duro como me lo pide aún cuando me manda a sus hermanos al colchón, al atardecer, y no pueda descansar en toda la noche. Pero dice que me quiere. Desea tener un hijo y llamarlo Jesús para así formar una sagrada familia, pero tomo hierbas para no tenerlo porque si no, ¿cómo lo voy a ayudar en el campo? Felizmente él no lo sabe. 
Las mujeres que pertenecen a una familia trabajan para ellos en el campo de día y abren las piernas en las noches, repite siempre José.
¿Será así como la mía, la vida de otras mujeres? Cavar, abrir surcos, sembrar, limpiar acequias, cosechar, llenar bolsas, vender, cocinar la sopa, preparar los quesos con leche de cabra, limpiar, lavar, satisfacer a los hombres de la familia. Las plantaciones vecinas están muy lejanas y, aparte de los mercaderes, nunca tenemos visitantes. De día mastico hojas de coca y de noche fumo marihuana para poder resistir. Quizás por eso a veces no pienso bien y no sé qué contestarle a José o a sus hermanos. Nunca antes me he resistido a hacer las labores que me consignan, porque no me pegan y me alimento bien. Pero hoy estoy mal. Tiemblo tanto que las tablas retumban sobre el catre.
Veo desde el rincón que ha llegado una persona a la puerta de la cabaña. No sé si es un mercader que viene a recoger las papas, pero debe ser un médico. Me examina, me observa, me hace preguntas. Que si he tenido hijos, o enfermedades o sangrados. Si me lleva al hospital podré curarme pronto.
Está averiada, dice el visitante. No puedo darte más monedas.
Veo que José guarda el dinero en una caja y es mucho más de lo que le pagan por las papas. Entre los dos me cargan al camión y me acomodan entre las bolsas llenas de tubérculos de la cosecha de la semana. No han podido llenar más bolsas sin mi ayuda así es que yo formo parte de la transacción. Me llevarán a un hospital que no sé si queda muy lejos y lo llaman prostíbulo. Espero que sea mejor que mi colchón y que me cuiden bien.
Prepárate a abrir las piernas y a sacar la lengua, me dice el doctor, mientras yo tiemblo como una hoja por la fiebre y me acurruco en el fondo cubriéndome con una bolsa de yute que ha quedado vacía.

Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra