lunes, 30 de noviembre de 2015

La muerte de César - João Ventura


Riendo a carcajadas, César, Brutus y tres otros senadores salieron con ímpetu del Senado, a los tropezones, claramente borrachos. Uno de ellos contaba una historia obscena que envolvía a una matrona, a su hija y a un esclavo nubio. Los centinelas se alinearon y César les respondió con un remedo de saludo militar.
Brutus y César siguieron caminando, tambaleándose, cogidos del brazo. Uno de los otros seguía bebiendo de un odre que traía, y el vino se escurría por las comisuras de la boca, manchando de violáceo la túnica alba.
El cronomóvil, que había sido sincronizado para los 15 minutos que incluían la muerte de César a las puertas del senado, había accionado la microcámara que registraba todos los detalles.
Julio César se alejó unos pasos, se inclinó y empezó a vomitar. Los otros se rieron.

El Consejo Supremo de los Historiadores escuchaba la exposición del Viajero. Uno de los consejeros exclamó:
—¿No hubo asesinato entonces? ¿Brutus era inocente?
—Precisamente. Al intentar enderezarse, César tropezó y cayó de bruces. Los otros intentaron ayudarle a levantarse, pero estaban tan borrachos que no lo lograron. Murió ahogado en su propio vómito...
—Y usted, compañero, ¿qué pretende hacer con esta información?
—Escribir un artículo para el International Journal of Verified History, por supuesto.
—Eso es lo que yo me temía —dijo el presidente del Consejo y, apuntando al Viajero con una pistola láser, disparó una única vez.
Mientras los robots de la limpieza se llevaban el cuerpo, comentó: —¡No faltaría más, cambiar la Historia tan sólo por una simple verificación in loco...!

Tradución del portugués: Conceição Cruz

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